Eran unas niñas, cuando la mayoría de ellas escucharon hablar por primera vez del cambio climático, entonces no se daba tanta difusión y ese futuro se veía tan lejano que, al pensar que jamás llegaría, los adultos y tomadores de decisiones, no actuaron.
El tiempo les hizo ver cuán equivocados estaban. Todo comenzó a cumplirse como una profecía…
Así lo recuerda Katia Pérez, quien escuchó sobre el cambio climático cuando tenía 9 años, durante una práctica en el colegio:
‘Vi a través de un experimento escolar cómo era posible cocinar un huevo al sol en el patio de la escuela, los maestros nos advirtieron que en el futuro habría un gran cambio en el clima del planeta. Muchos de mis compañeros y yo no conocíamos la relevancia del tema, en ese momento no sabíamos cómo actuar o preocuparnos por ese futuro”, reveló.
Años más tarde, su propia realidad le hizo darse cuenta a lo que se enfrentaba, cuando en casa empezó a faltar el alimento y el sustento.
“El sentimiento ambiental se hizo más fuerte cuando mi padre agricultor, nos contó llorando que su chinampa, (un sistema de cultivo tradicional en México, rodeado normalmente de canales de agua) se estaba secando y que ese año probablemente no habría cosecha de maíz”.
Estas experiencias llevaron a Katia por el camino del ambientalismo y a oponerse, desde la academia, al fracking por el enorme daño ambiental que provoca.
Actualmente, la egresada en Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM cree en la diplomacia como una acción para generar cambios pero también en las acciones colectivas. Por ello en 2009 fundó Ficus Naturu, una asociación enfocada en la educación ambiental y en acciones o soluciones basadas en la naturaleza, trinchera en la que lucha desde entonces.
Historias de esperanza para la acción climática
El cambio climático, sus causas y sus impactos están aquí. Hoy la magnitud del problema y el reto para mitigarlo, es parte del presente de las lideresas ambientales que compartieron sus testimonios para “Memorias Climáticas”, una antología de Climate Reality Project América Latina que tiene como fin de inspirar a otros a tomar acción para luchar contra el cambio climático.
La vida ya no es como solía ser, recuerda con tristeza Carmen Olmedo, quien tras regresar a la hermosa Laguna de Tamiahua, ubicada en México, se encontró con un cuerpo de agua con menos peces y una “playa que escupía plástico como una necesidad desesperada de deshacerse de la basura que envenena sus aguas”.
Los cangrejos —recordó con añoranza y nostalgia: “ya no corren entre las hojas caídas y el océano se revuelca con el rugido doloroso de haber sido mancillado. Ahora no hay espuma blanca para darme la bienvenida, sino el paisaje desolado de una playa cubierta de desechos”.
No obstante, lejos de martirizarse por esto, Carmen se dio cuenta que tenía una “nueva misión”: restaurar ese hermoso rincón en donde pasó los momentos más felices de su infancia a lado de su abuelo.
Latinoamérica: la región más afectada por el cambio climático
Al extremo sur del continente, Claudia Mellado Ñancupil, una mapuche chilena, también tuvo este mismo llamado a convertirse en defensora del planeta, cuando el legado agrario de su pueblo y sus abuelos corría peligro.
“Puedo recordar aún el goce que significaba para mi niñez el caminar descalza por la huerta de mi abuela, esa tierra húmeda y esponjosa, cobijo de los primeros brotes de temporada. Rodeada por un estero, oculta por frondosos árboles nativos y medicinales, su huerta era magia pura para mis días, eran frutos, flores, aromas, cantares bellos junto a quien me enseñó que la huerta se pintaba en colores imitando al bosque”…
“Al salir de ese protegido espacio, el suelo era otro, de mayor dureza y obligado uso de zapatos ante el sendero de tierra roja arcillosa. ¿Qué hechizo hacía mi abuela para que esa tierra tan dura se convirtiera en esponja suave al cruzar su puerta? Eran años de mezclar abonos naturales y labrar la tierra cuidadosamente, en su ciclo y dejándola descansar, eran sus coloridas semillas que aún a secano crecían en abundancia en el potrero de maíz, en el de arbejales y zapallos, en el de ajíes, tomates, porotos, tantos que intento recordarlos a diario para que los años no se lleven ese tesoro de mi infancia”, dijo en su testimonio que forma parte de las Memorias Climáticas que Climate Reality Project América Latina recogió.
Claudia se convirtió en “la voz fiera y amorosa” de la tierra que araban sus abuelos. Las enseñanzas que le inculcaron, dice, le han hecho ver que “no camina en soledad”, porque ella también es semilla: “siempre creciendo, adaptándose y multiplicando sus saberes con las comunidades indígenas y campesinos” de su añorada tierra chilena.
“La semilla de herencia, esa que recibí de sus propias manos dentro de un recipiente de greda, marcaron un camino que sin intención alguna se transformó en una lucha climática. Acostumbrada a un estilo de agricultura tradicional, donde la tierra solo se prepara con abonos naturales y mi propia semilla, no hice caso a quienes dijeron que en ‘ese cerro duro y pobre de pasto no saldrá nada’, simplemente piqué el suelo con azadón, agregué guano animal y sembré como lo hacía mi abuela Emita. Nadie podía creer que había nacido una huerta, un jardín de colores en ese cerro seco”.
Mientras Claudia sigue resistiendo y defendiendo las semillas que abastecen de alimento a los hambrientos, como el tesoro más preciado que le fue heredado, una joven soñadora camina por otro sendero hacia la misma meta.
Ella es Esperanza González Rojas, una estudiante de Guatemala con grandes convicciones y amor por la ciencia, que busca en los libros de ingeniería que devora, más soluciones para mitigar la crisis a la que su generación, ya ha empezado hacerle frente:
“No quiero perder los paisajes, la fauna y flora con la que contamos, haré todo lo que esté en mis manos para velar por ello y para que cada vez seamos más los que exijamos a los políticos un verdadero cambio y logremos vivir en armonía con la naturaleza”, compartió con Climate Latino.
Todo está conectado
Igual que Esperanza, Estefania Leal Cabada, una joven mexicana, sabe que estar en contacto con la naturaleza, alegra la vida porque todo “está conectado”.
Al contrario, Estefania cree que “las crisis ambientales son el reflejo de la desconexión con la naturaleza” y esta misma desvinculación entorpece nuestros sentidos, ya que no somos capaces de escuchar como la Tierra nos está pidiendo ayuda por cada uno de sus poros.
“Estar en las profundidades del océano me llena de sensaciones que van desde sentir como se difumina el vértigo llevando un ritmo en las profundas respiraciones que te reconectan con tu yo interior hasta entrar en consciencia de que somos parte de algo mucho más grande; ver toda esa danza de peces, colores de los corales y el contraste de las refracciones de luz que brindan los rayos del sol con el agua es toda una genuina meditación. Sin embargo, muchas personas me cuestionan ¿no tienes miedo encontrarte con un tiburón? ¿Te da miedo encontrarte con algo nunca antes visto en el fondo del océano? En realidad no hay nada de lo que pueda temer, lo que sí me da mucho miedo, es bajar y ya no encontrar esos grandiosos ecosistemas marinos”, plasmó la joven en sus memorias climáticas para The Climate Reality.
Como sus colegas latinoamericanas, una dura experiencia inició a Estefania como ambientalista. Durante una práctica de buceo, al llegar a los 10 metros de profundidad, vio como “un majestuoso arrecife de coral”, había sido envuelto por una red de pesca de varios metros de largo y aunque en ese momento “no sabía qué hacer”, esa experiencia le cambió la vida porque fue así como inició su camino como activista psicoambiental con su proyecto en Instagram @mardconsciencia.
Ninguna acción por el planeta es irrelevante
Ninguna acción es pequeña cuando se trata de proteger al planeta.
Ahorrar agua y luz, rechazar plásticos de un solo uso, utilizar menos envases y tener una dieta más amigable con el medio ambiente son algunas de las medidas que podemos implementar para reducir nuestra huella hídrica y de carbono.
Así lo manifestó Ilse Zambrano, en sus “Memorias climáticas”, quien se siente orgullosa de los pequeños cambios que ha implementado en su vida cotidiana.
“Reciclo, camino, ando en bicicleta y uso el transporte público”… También “Leo sobre el calentamiento global y cambio climático. Tomó cursos. Ahorro energía y agua. No uso PET, ni uso popotes o bolsas de plástico y aunque a veces siento que son cosas pequeñas”… “me defino como una protectora silenciosa del ambiente”.
Sin embargo, Ilse reconoce que le hace falta usar su voz para crear una mayor incidencia, aunque le gustaría poder atreverse a hacerlo, justo como Viviana García, una lideresa climática de Colombia, que ha utilizado el poder de su voz para generar cambios en su comunidad: Medellín.
“Tengo una profunda conexión y amor por los animales. Crecí en Colombia y, en 1993, conocí a alguien que me dijo cómo preparan los toros antes de las corridas, y me impactó escuchar que era pura tortura. Entonces, decidí actuar”…
“Mi esposo y yo nos sumamos a una marcha para exigir, una vez más, la reforma de estas leyes de protección animal. Esta vez se sumaron alrededor de diez mil personas, y miles más en otras ciudades, para pedir a nuestros gobiernos locales y nacionales la aprobación de la reforma. En diciembre de ese mismo año, el Senado lo aprobó y varias ciudades importantes prohibieron las corridas de toros. A nivel nacional, las leyes tienen disposiciones para sancionar la crueldad hacia los animales, ya que ahora son considerados seres sintientes”.
Ilse asegura que muchas cosas que están mal, en la actualidad en América Latina, fueron herencia del colonialismo, como la tauromaquia, el extractivismo y otras prácticas que los pueblos indígenas en su saber, no veían con buenos ojos, tal es el caso de la ganadería intensiva o el consumo excesivo de animales.
“La agricultura animal, además de ser muy cruel, tiene un impacto negativo inmenso en el medio ambiente y eso hizo que cambiara (mis hábitos) a una dieta basada en plantas”.
Ilse ha decidido involucrarse con varios centros de rescate de animales en Colombia y otros países, pues para ella es sumamente urgente transformar la ganadería a nivel mundial.
El relato del que forman parte: Katia, Carmen, Claudia, Esperanza, Estefania, Ilse y Viviana nos recuerda que es posible construir una sociedad más justa con la naturaleza porque solo cuando reflexionamos sobre nuestros miedos y fracasos, es cuando realmente podemos entender, en qué hemos fallado y qué cambios necesitamos para transformar el presente y así construir los cimientos de un futuro resiliente.