De Glasgow a Copenhague

De Glasgow a Copenhague

Las juventudes necesitamos ejercer un importante rol en los procesos participativos internacionales haciendo oír nuestras demandas, preocupaciones y contribuciones para incidir en la salvación de nuestro planeta y la humanidad.

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Es la segunda semana de la COP26 en Glasgow. Después de los grandes anuncios de la semana pasada, ahora es el momento de concretar los detalles de la implementación. Los resultados de las discusiones dependen del consenso entre las partes, por lo que un balance final de lo que ocurre ahora en Glasgow sólo podrá hacerse después de las negociaciones. Sin embargo, vale la pena detenerse ahora para poner en perspectiva histórica lo que está sucediendo en esta COP.  

Un punto de partida ineludible es que, como mencionaron algunos de los y las jóvenes que protestaron este fin de semana en Glasgow, ninguna de las otras 25 conferencias ha logrado siquiera menguar la crisis. Prueba de esto son los estudios que señalan que, de todos los gases de efecto invernadero que se han emitido desde el comienzo de la revolución industrial, más de la mitad fueron liberados a la atmósfera desde 1992. Es decir, la mayoría del carbono que está alterando el equilibrio climático del planeta no estaba ahí cuando se celebró Cumbre de la Tierra de Río que sentó las bases para las COP y se ha seguido acumulando, a un ritmo vertiginoso, mientras cada año se celebra una nueva Conferencia.  

Son muchas las razones para esta debacle de treinta años en cámara lenta. Una de ellas es el colapso de los diálogos en la COP16 de 2009 en Copenhague. En una Conferencia inaccesible para la gran mayoría de las personas afectadas por la crisis y marcada por la presencia de jefes de estado y la ausencia de negociaciones más horizontales, fue imposible llegar a un consenso. Pasaron seis años después del fracaso de Copenhague para que un nuevo acuerdo, ahora con la meta más ambiciosa de no sobrepasar los 1.5 grados, surgiera en París. 

Hay algunas similitudes entre la COP15 y la que está tomando lugar ahora mismo en Glasgow, más allá del invierno del norte de Europa. Es una COP marcada también por promesas insuficientes y pocos trazos claros hacia su cumplimiento. Por ejemplo, Gran Bretaña y otros países desarrollados se han comprometido con los cien mil millones de dólares anuales para financiamiento climático que fueron tan controvertidos hace doce años en Copenhague. La promesa ahora en Glasgow es proporcionar esa cifra a los países en desarrollo a partir de 2023, a pesar de que esos fondos son insuficientes para acelerar la transición energética en el Sur Global y, sobre todo, para asegurar el bienestar de millones de personas que son y serán aún más vulnerables a los efectos de la crisis.  

Sin embargo, hay dos grandes diferencias que separan a Glasgow de Copenhague. La primera es el tiempo perdido, que no significa lo mismo ahora que en 2009. Cualquier movimiento en la dirección contraria reduce la -ya de por sí estrecha- ventana hacia un futuro vivible para la gran mayoría de las personas que pisan hoy la Tierra. La segunda gran diferencia, y quizá el único factor que pueda definir el desenlace de esta crisis, es el robusto movimiento que millones de jóvenes siguen nutriendo de vehemencia y determinación. Es que las voces que hoy exigen acción y justicia son, cada vez más, una fuerza política de donde están surgiendo nuevas, más profundas y quizá en ese sentido, más realistas, soluciones a la crisis climática.

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Artículo por

Guillermo Schoning García
Participante de Operación COP, jóvenes emajadores/as por el clima México

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